BIENVENIDOS.
Si miráramos más seguido al Cielo, acabaríamos teniendo alas.
martes, 20 de noviembre de 2012
Adviento. Tiempo de escucha.
Hablar es cosa fácil, no así el escuchar.
Sin duda por eso nos dio el Señor dos orejas pero sólo una lengua. Oir como quien oye llover. Oía campanas sin saber de dónde, también resulta sencillo. No así lo de escuchar.
Ponerse a la escucha de alguien es, en primer lugar, rechazar todo lo que puede distraer nuestros oídos, nuestra mente, nuestro espíritu.
Escuchar es acallar los tumultos interiores, apartar las fascinaciones de exterior, alejar las interferencias que dispersan la atención y distorsionan la palabra que el otro me dirige.
Escuchar es hacer un silencio lo suficientemente denso como para que yo grite desde él: ¡Ahora tú eres mi centro! ¡Mi meta! ¡Mi carrera me lleva únicamente a ti!
Ponerse a la escucha de alguien es apartar la mirada de uno mismo y volverse hacia el otro, llegar al cara a cara, como diciendo: ¡Aquí estoy! ¡No existe para mí ningún otro interés! ¡Estoy listo para percibir hasta el susurro de tu palabra!
Escuchar equivale a acoger. A abrir de par en par todas las puertas tras de las que uno se guarda. A derribar tanta alambrada y frontera tras de las que nos parapetamos.
Escuchar a alguien es descuidarme a mí y preferir al otro. Es preferir al que está ahí, ante mí; y acogerlo con su saco atestado de ropa más o menos limpia, pero que es la suya. Es aceptar que entre en mí, es recibir al otro, con sus sueños y sus deseos; con sus gustos y disgustos; con sus filias y sus fobias.
Es prever que va a desordenar los estantes tan cuidadosamente ordenados de mi existencia; es cederle el sitio; es ofrecerle las llaves de la casa, como diciéndole: “Tu presencia me lo va a poner todo patas arriba; pero corro el riesgo: ¡te escucho! ¡Las palabras que me digas serán para mí, espíritu y vida”.
Adviento es el tiempo de la escucha porque es el tiempo en el que, lentamente, asimilamos esa Palabra que ha venido a habitar entre nosotros. Adviento es el tiempo en el que todos los que escuchan la Palabra aprenden a cambiar sus tinieblas en claridad. El tiempo en el que, poniéndose a su escucha, se arriesgan a hacer un camino hacia la luz.
Adviento es el tiempo en el que los hombres escuchan al Señor por el altavoz de cada prójimo. Es cuando todo lo que endurece los corazones se derrite ante el calor del Evangelio. Es cuando saltan a la boca de uno palabras nuevas y al corazón de uno sentimientos nuevos y a la conducta de uno actitudes nuevas… Así nace el Otro en uno. Por eso, porque…
¡Adviento es tiempo de nacer!
Escrito en CATEQUESIS, NAVIDAD.
SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
“Vengan benditos de mi Padre,
hereden el reino preparado para ustedes”
(Mt. 25,31-46)
Este domingo
culmina el año litúrgico, y el próximo iniciaremos el tiempo de Adviento, que es
la preparación a los misterios navideños. El año litúrgico tiene, como solemne
final, la fiesta de Cristo Rey del Universo.
El tema que
desarrolla el evangelio de hoy es el último acto de la historia humana o juicio
final.
¿Qué mensaje nos
enseña este relato del juicio final? A pesar de todas las manipulaciones y
trampas que impiden que actúe la justicia humana, al fin de los tiempos se
manifestará la justicia de Dios basada sobre la verdad, que no puede ser
comprada ni atemorizada.
La impunidad del
delito acobarda a los ciudadanos honestos, y envalentona a los delincuentes. En
la vida diaria parece que triunfan las fuerzas del mal. Pero se trata de un
triunfo aparente, pues no podrán evitar la rendición de cuentas al
final.
Seremos juzgados
por lo que hicimos o dejamos de hacer por los demás: En la mentalidad
de los fariseos, la fidelidad a Dios se medía por el cumplimiento de las
numerosísimas normas y por la realización de unos ritos descritos en sus mínimos
detalles.
Es el señor juez
único de todas las personas y el redentor de todos. No nos habla de una
divinidad abstracta y alejada del mundo sino de Dios hecho hombre que se entrego
para salvarnos y se quedo disfrazado de pobre y débil a nuestro lado.
Este evangelio
nos viene a recordar que el seguimiento de Jesús no es algo teórico sino
practico. A Jesús no se le sigue por la mera lectura de libros o teorías más o
menos convenientes. El encuentro con el Señor se da en la vida diaria, en cada
rincón del mundo y en nuestro interior.
Hay personas que
están sumamente preocupadas de que llevan en sus manos cuando se presenten ante
Dios; son las buenas obras las que quieren determinar el encuentro. Cuanto más
buenas obras hagamos, más cerca de Dios estaremos. Y me parece justo lo
contrario. No me refiero al no hacer obras buenas. Las obras buenas son un
distintivo clarísimo del cristiano.
La fe y las
obras deben ir unidas en una síntesis bien entendida del evangelio. Me refiero a
que la vida del cristiano no es un acumular obras buenas para presentarlas al
Señor para que El vea quienes somos, sino que estas obras tienen que ir
acompañadas por una entrega total y con un amor sublime. No hacer estas obras
solo porque está escrito en el evangelio y hay que hacerlas sin que ni para qué.
Darnos, desangrarnos y entregarnos a ese jesus sin ir esperando la recompensa
final, sino solo por amor.
Para los
seguidores de Cristo, la fidelidad a Dios se mide por el amor a los hermanos.
Los dos mandamientos – el amor a Dios y a los hermanos – quedan integrados en un
solo mandamiento porque el amor al prójimo es el amor a Dios mismo.
Este evangelio es una prueba irrefutable de que la fe no se puede reducir a una vivencia individual sino que tiene una dimensión social: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber” (Mt.25,34)
Jesús, Señor y
Juez del universo, hace una afirmación sorprendente: “Yo les aseguro que cuando
lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos conmigo lo hicieron”.
Jesús se identifica con los débiles“ La
situación de extrema pobreza generalizada, adquiere en la vida real rostros muy
concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el
Señor, que nos cuestiona e interpela:
El mensaje en este Domingo dedicado a Jesucristo Rey del Universo es claro: nuestro comportamiento será evaluado en razón de la solidaridad que hayamos manifestado con los que sufren. La expresión contemporánea para referirse a la “parábola de los talentos” es “responsabilidad social”: de las personas, de las empresas, de las universidades, de los colectivos sociales.
Que el día que
muera quiero presentarme ante Dios con las manos vacias, pero vacías porque todo
lo que se nos dio, se lo dimos a aquellos en los cuales El se nos presento y
decirle: Señor, me diste alegría y la sembré en los demás, inteligencia y la
puse al servicio desinteresado de los otros, esperanza y la entregue al que la
necesitaba. El repertorio con el que vamos a presentarnos ante Dios no es lo
que tenemos, ni lo que hemos hecho. Lleguemos vacios ante Dios, suplicantes,
pobres, porque entregamos todo para suplir las necesidades de los otros. Y El
será nuestro dador para toda la eternidad. Amen
Publicado por
Padre Alexander Diaz.
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