LOS PROFETAS Y PROFETISAS.
1. Escritores Proféticos: Los libros proféticos fueron titulados en el mismo canon los “profetas posteriores”. Gradualmente se deslizó la costumbre de llamar a sus autores los escritores proféticos. Hay cuatro grandes profetas, es decir, aquellos cuyas obras son de considerable extensión: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel; y doce profetas menores, cuyas obras son cortas: Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías. El libro de Baruc, que no está incluido en el canon hebreo, en nuestras Biblias está unido al libro de Jeremías. El ministerio de Amós, quizás el más antiguo de los escritores proféticos, se sitúa alrededor de los años 760-50, seguido inmediatamente por Oseas. Luego viene Isaías (cerca de 740-700), y su contemporáneo Miqueas. Sofonías, Nahúm y Habacuc profetizaron hacia el último cuarto del siglo VII a.C. Jeremías cerca de 626-586; Ezequiel entre 592-70. La profecía de Ageo y parte de la de Zacarías datan exactamente en 520 y 520-18. Malaquías pertenece a la mitad del siglo V. En cuanto a Daniel, Abdías, Joel y Baruc, así como partes de Isaías, Jeremías, Zacarías, sus fechas están en disputa, y es necesario referir al lector a los artículos especiales que tratan sobre cada uno de ellos.
2. Las profetisas: El Antiguo Testamento da el nombre nebî'ah, a tres mujeres dotadas con el carisma profético: María, la hermana de Moisés, Débora y Juldá, una contemporánea de Jeremías (2 Rey. 22,14); también a la esposa de Isaías denotando la esposa de un nabî'; finalmente a Noadía, una falsa profetisa, si el texto hebreo está correcto, pues la Versión de los Setenta y la Vulgata hablan de un falso profeta. (Neh. 6,14).
3. Cese de la Profecía Israelita: En el tiempo de los Macabeos ya la institución profética había dejado de existir. Israel reconoció esto claramente, y estaba esperando su reaparición; su necesidad había cesado. La revelación religiosa y el código moral expresado en la Sagrada Escritura eran completos y claros. Los escribas y doctores instruían al pueblo---una magistratura falible, es cierto, y muy atada a la letra de la ley, pero además celosa e instruida. Había un sentimiento de que las promesas estaban por cumplirse y el consecuente apocalipsis aumentaba e intensificaba este sentimiento. No era impropio, sin embargo, que Dios permitiera un intervalo entre los profetas de la Antigua Alianza y Jesucristo, quien coronaría y consumaría sus profecías.
Vocación y conocimiento sobrenatural de los profetas
(1) La Vocación Profética: “Porque nunca profecía alguna vino por voluntad humana, sino que hombres movidos por el Espíritu Santo han hablado de parte de Dios.” (2 Pedro 1,21). Los profetas siempre estuvieron conscientes de su misión divina. “Yo no soy profeta ni hijo de profeta”, prácticamente le dijo Amós a Amasías, quien quería evitar que profetizara en Betel. “Soy vaquero y picador de sicómoros, pero Yahveh me tomó de detrás del rebaño, y Yahveh me dijo: ‘Ve y profetiza a mi pueblo Israel’” (Amós 7,14ss). Además, “ruge el león, ¿quién no temerá? Habla el Señor Yahveh, ¿quién no profetizará?” (3,8). Isaías vio a Yahveh sentado en un trono de gloria, y cuando un serafín había purificado sus labios oyó el mandato “¡Ve!”, y recibió su misión de predicar al pueblo los terribles juicios de Dios. Dios le hizo saber a Jeremías que lo había consagrado desde el vientre de su madre y le había nombrado profeta de naciones; tocó sus labios para mostrarle que había hecho de ellos su instrumento para proclamar sus juicios justos y misericordiosos (Jer. 1,10), un deber tan doloroso, que el profeta trató de excusarse y esconder los oráculos confiados a él. Imposible, su corazón estaba consumido por una llama que le arrancaba esta conmovedora queja: “Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir, me has agarrado y me has podido” (20,7). Ezequiel ve la gloria de Dios cargada en una carroza de fuego tirada por seres celestiales. Oye una voz que le ordena ir y encontrarse con los hijos de Israel, esa nación rebelde, de cabeza dura y corazón empedernido, y que sin tergiversación les anuncie las advertencias que iba a recibir.
Los demás profetas son silentes sobre el asunto de su vocación; sin duda que también la recibieron tan clara e irresistiblemente. A las prédicas y predicciones de los falsos profetas que declaraban las fantasías de sus corazones y decían “la palabra de Yahveh” cuando Yahveh no les había hablado, oponían sin miedo sus propios oráculos como provenientes del cielo e imperativos bajo pena de rebelión contra Dios. Y la santidad manifiesta de sus vidas, los milagros obrados, y las profecías cumplidas demostraban a sus contemporáneos la verdad de sus pretensiones. Nosotros también, separados de ellos por miles de años, debemos estar convencidos por dos pruebas irrefragables entre otras: el gran fenómeno del mesianismo que culminó en Jesucristo y la Iglesia, y la excelencia de la enseñanza religiosa y moral de los profetas.
(2) Conocimiento Sobrenatural: inspiración y revelación:
(a) El hecho de la revelación: El profeta no recibió meramente una misión general de predicar o predecir en el nombre de Yahvehconoce naturalmente por la luz de la razón o la experiencia. No es necesario para él aprenderlas de Dios, justo como si él hubiese estado completamente ignorante de ellas. Basta que la iluminación divina las coloque bajo una nueva luz, fortalezca su juicio y la preserve de error respecto a estos hechos, y si un impulso sobrenatural determina a su voluntad a hacerlas objeto de su mensaje. Esta inspiración oral de los profetas tiene una analogía con la inspiración de la Biblia, en virtud de la cual los profetas y hagiógrafos compusieron nuestros libros canónicos.
El contenido total del mensaje profético no está, sin embargo, dentro del ámbito de las facultades naturales del mensajero divino. El objeto de todas las estrictamente llamadas predicciones requiere una nueva manifestación e iluminación; sin ayuda el profeta permanecería en más o menos oscuridad absoluta. Ésta, entonces, es la revelación en el sentido completo del término.
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