Candelaria quiere respuestas! ¿Por qué tengo este nombre?
Conozco muchos chicos a los que se les presentan problemas con su nombre.
A veces porque es muy corto, otras porque es muy largo, y en algunas ocasiones porque muchos chicos comparten el mismo nombre, en fin… o lo peor porque sencillamente no les gusta ni una letra de su nombre.
A veces porque es muy corto, otras porque es muy largo, y en algunas ocasiones porque muchos chicos comparten el mismo nombre, en fin… o lo peor porque sencillamente no les gusta ni una letra de su nombre.
Mi nombre es Gabriela Evangelina.
No podría tener unos nombres más lindos, ¿verdad?
Desde que me acuerdo me gustan mucho mis nombres.
No porque sean originales (es decir porque se haya inventado conmigo) sino porque una persona muy especial me contó por qué me llamaba Gabriela Evangelina.
Pero no es de mí que quiero contarles. Sino de mi amiga Candelaria.
¡Qué nombre tan bello tiene! ¡Cuánta música se oye al pronunciarlo!
¡No es ni Candela, ni mucho menos Hilaria! ¡Es Candelaria!
Una mañana Candelaria aburrida de su nombre y de escuchar: “Candelarita a desayunar”, “Cande vamos, que llegamos tarde a la escuela”, “Candelarita se amable con todos”, y otros tantos sobrenombres que usaba su madre, dijo: “¡Basta! Ya que tengo ese horrible nombre, Candelaria, ¿podrías no agregar esos otros apodos más feos que mi nombre?”, gritó Candelaria desde el fondo de su corazón.
Claro que su mamá no la escuchó porque Candelaria ya estaba en la escuela.
La escuela. Ese es otro tema, aunque muy parecido a lo que pasa en su casa.
Allí en la escuela, también debía escuchar todos los días a su maestra repetir: “¿Candelaria Pérez?”. Y ella debía responder el consabido: “Presente, señorita”. Así era todos los días, desde que estaba en la salita de tres años, que es cuando a todos los chiquis les enseñan a decir su nombre completo.
Ese día en la escuela, todo comenzó con la hora de Lengua.
Su maestra a quien le encantaban las historias familiares les contó la historia de “Chiquito”, un niño a quien cuando nació no le habían puesto nombre (como ya conozco esa historia se las contaré en otro momento).
Luego de contarles la interesante historia de “Chiquito”, su maestra les propuso investigar, es decir preguntar a sus familiares, por qué cada uno de ellos tenía el nombre que tenía.
“Tienen tres días para preguntar a sus familiares, escribir brevemente lo que ellos les contaron, y hacer un hermoso collage con las letras de nombre, ordenadas o desordenadas, no importa, lo que importa es el collage”, dijo la señorita de Lengua.
“Esto es el colmo”, pensó Candelaria. “Además de escucharlo todos los días, a cada hora, ante cada cosa buena o mala que hacía, ahora debía pedir explicaciones de por qué se llamaba ---X—X—X--- (esa fue la forma que encontró Candelaria para escribir su nombre cuando estaba muy enojada).
Cuando llegó a su casa su mamá, como tantas veces le pregunto: “Candelarita ¿cómo te fue hoy en la escuela?”. “Cande, ¿a que no sabes que te preparé hoy de comer?”.
Candelaria no dijo una palabra. Ahorraría las explicaciones para cuando tenga que hacer la tarea, pensó.
Ya en la mesa, con los milanesas con puré servidas en su plato, su madre le pidió: “Candelarita, ¿podés dar gracias por la comida?”.
Entonces a Candelaria se le prendió la lamparita y dijo:
“Gracias Dios por la comida de hoy, porque mi mamá es tan buena conmigo, y me prepara tan rica la comida y me lleva a todos lados y me quiere tanto. Pero no te quiero mentir Dios, no te doy gracias por el nombre que eligió para mí, no me gusta para nada”.
Su mamá que hasta aquí se había puesto tan contenta que ya estaba por llorar, abrió sus ojos y dijo: “¡Basta Candelaria! ¡Hoy te contaré porque te llamas así!”.
“¡Menos mal!”, dijo Candelaria. “Me ahorrás tener que decirte que justo hoy la señorita de Lengua nos pidió que investigáramos y escribiéramos por qué nos llamamos así. Soy todo oídos”.
Y entre milanesas y puré, jugo de manzana y pan, su mamá le contó la siguiente historia:
“Una vez cuando yo era muy pequeña, un poquito más pequeña que vos, tu abuela me había llevado de visita a la casa de una amiga suya. Esa amiga, vivía en una hermosa casa, llena de habitaciones y hermosos muebles. Pero lo que más me impactó de aquella casa no fueron las habitaciones ni los muebles, sino el bello jardín que tenían en fondo.
Según la amiga de mi mamá, el jardín de su casa era muy pequeño, pero para mí era gigante, y lo mejor, colorido y perfumado.
Tenía rosas, alelíes, claveles, margaritas, pensamientos y unas flores que nunca volví a ver, solo en aquella casa y se llamaban “candelas”.
-“¿Candelas?”, nunca escuche una flor con ese nombre, dijo Candelaria.
-Yo tampoco volví a ver ni escuchar sobre esa flor desde que era niña, aseguró su mamá.
“Esa flor era diferente a todas (como toda la flor claro). Su color cambiaba día a día. Cuando la vi por primera vez, o al menos cuando la descubrí, tenía un color celeste como el cielo, otro día me sorprendió con un azul claro, en otra visita que le hicimos era como verde marino…
No sólo su color era hermoso, sino su aroma, este cambiaba junto con su color. Nunca fue un perfume desagradable, al contrario se olía cada vez más dulce.
Cercana a “candela”, había otra planta que no tenía flores, pero tenía unas hojas verdes tan brillantes y gruesas que captaron mi atención tiempo después. Según me contó la amiga de tu abuela, esa planta se llamaba “hilaria”, y crecía sólo para dar sombra a las otras plantas que estaban a su alrededor. Si “hilaria” no hubiese estado cerca de “candela”, candela nunca podría haberme sorprendido con sus colores y su aroma como lo hacía las tardes en que visitábamos aquella casa, dado que los rayos del sol -brillantes pero calientes en los días de verano- la hubieses matado, y ni que hablar de las heladas escarchas del invierno, ellas también la hubiese dejado sin vida.
Pasaron algunos meses y ya no visitamos más la casa de la amiga de tu abuela, porque esta señora viajó lejos y su familia tuvo que vender la casa. Nunca más volví a ver esas flores, aunque las buscaba en otros jardines.
Pasaron los años y siempre recordé con cariño aquel jardín y para no olvidarlo nunca pensé y escribí un nombre para evocar aquel hermoso jardín, así surgió “candelaria”. Ese nombre me traía tan hermosos recuerdos que pensé: “Cuando tenga mi primer hijo, si es una nena se llamará Candelaria, para recordar con su nombre la hermosura de las flores que nos llenan de alegría con sus colores y nos inundan con su perfume”. Pero también para recordar enseñarle y enseñarte que estamos en este mundo para cuidar a otros, tal como hacía hilaria con candela”.
Cuando su mamá terminó de contar aquella hermosa historia, de por qué Candelaria se llamaba así, ella abrió sus brazos y apretó tan fuerte a su mamá que casi la dejo sin respirar por unos momentos. Y de dijo: “¡Gracias mamá! no sabía que mi nombre tenía una historia tan linda y tan real”.
Pronto Candelaria se puso a hacer su tarea. Escribió todo lo que recordó que su mamá le había contado.
No podría tener unos nombres más lindos, ¿verdad?
Desde que me acuerdo me gustan mucho mis nombres.
No porque sean originales (es decir porque se haya inventado conmigo) sino porque una persona muy especial me contó por qué me llamaba Gabriela Evangelina.
Pero no es de mí que quiero contarles. Sino de mi amiga Candelaria.
¡Qué nombre tan bello tiene! ¡Cuánta música se oye al pronunciarlo!
¡No es ni Candela, ni mucho menos Hilaria! ¡Es Candelaria!
Una mañana Candelaria aburrida de su nombre y de escuchar: “Candelarita a desayunar”, “Cande vamos, que llegamos tarde a la escuela”, “Candelarita se amable con todos”, y otros tantos sobrenombres que usaba su madre, dijo: “¡Basta! Ya que tengo ese horrible nombre, Candelaria, ¿podrías no agregar esos otros apodos más feos que mi nombre?”, gritó Candelaria desde el fondo de su corazón.
Claro que su mamá no la escuchó porque Candelaria ya estaba en la escuela.
La escuela. Ese es otro tema, aunque muy parecido a lo que pasa en su casa.
Allí en la escuela, también debía escuchar todos los días a su maestra repetir: “¿Candelaria Pérez?”. Y ella debía responder el consabido: “Presente, señorita”. Así era todos los días, desde que estaba en la salita de tres años, que es cuando a todos los chiquis les enseñan a decir su nombre completo.
Ese día en la escuela, todo comenzó con la hora de Lengua.
Su maestra a quien le encantaban las historias familiares les contó la historia de “Chiquito”, un niño a quien cuando nació no le habían puesto nombre (como ya conozco esa historia se las contaré en otro momento).
Luego de contarles la interesante historia de “Chiquito”, su maestra les propuso investigar, es decir preguntar a sus familiares, por qué cada uno de ellos tenía el nombre que tenía.
“Tienen tres días para preguntar a sus familiares, escribir brevemente lo que ellos les contaron, y hacer un hermoso collage con las letras de nombre, ordenadas o desordenadas, no importa, lo que importa es el collage”, dijo la señorita de Lengua.
“Esto es el colmo”, pensó Candelaria. “Además de escucharlo todos los días, a cada hora, ante cada cosa buena o mala que hacía, ahora debía pedir explicaciones de por qué se llamaba ---X—X—X--- (esa fue la forma que encontró Candelaria para escribir su nombre cuando estaba muy enojada).
Cuando llegó a su casa su mamá, como tantas veces le pregunto: “Candelarita ¿cómo te fue hoy en la escuela?”. “Cande, ¿a que no sabes que te preparé hoy de comer?”.
Candelaria no dijo una palabra. Ahorraría las explicaciones para cuando tenga que hacer la tarea, pensó.
Ya en la mesa, con los milanesas con puré servidas en su plato, su madre le pidió: “Candelarita, ¿podés dar gracias por la comida?”.
Entonces a Candelaria se le prendió la lamparita y dijo:
“Gracias Dios por la comida de hoy, porque mi mamá es tan buena conmigo, y me prepara tan rica la comida y me lleva a todos lados y me quiere tanto. Pero no te quiero mentir Dios, no te doy gracias por el nombre que eligió para mí, no me gusta para nada”.
Su mamá que hasta aquí se había puesto tan contenta que ya estaba por llorar, abrió sus ojos y dijo: “¡Basta Candelaria! ¡Hoy te contaré porque te llamas así!”.
“¡Menos mal!”, dijo Candelaria. “Me ahorrás tener que decirte que justo hoy la señorita de Lengua nos pidió que investigáramos y escribiéramos por qué nos llamamos así. Soy todo oídos”.
Y entre milanesas y puré, jugo de manzana y pan, su mamá le contó la siguiente historia:
“Una vez cuando yo era muy pequeña, un poquito más pequeña que vos, tu abuela me había llevado de visita a la casa de una amiga suya. Esa amiga, vivía en una hermosa casa, llena de habitaciones y hermosos muebles. Pero lo que más me impactó de aquella casa no fueron las habitaciones ni los muebles, sino el bello jardín que tenían en fondo.
Según la amiga de mi mamá, el jardín de su casa era muy pequeño, pero para mí era gigante, y lo mejor, colorido y perfumado.
Tenía rosas, alelíes, claveles, margaritas, pensamientos y unas flores que nunca volví a ver, solo en aquella casa y se llamaban “candelas”.
-“¿Candelas?”, nunca escuche una flor con ese nombre, dijo Candelaria.
-Yo tampoco volví a ver ni escuchar sobre esa flor desde que era niña, aseguró su mamá.
“Esa flor era diferente a todas (como toda la flor claro). Su color cambiaba día a día. Cuando la vi por primera vez, o al menos cuando la descubrí, tenía un color celeste como el cielo, otro día me sorprendió con un azul claro, en otra visita que le hicimos era como verde marino…
No sólo su color era hermoso, sino su aroma, este cambiaba junto con su color. Nunca fue un perfume desagradable, al contrario se olía cada vez más dulce.
Cercana a “candela”, había otra planta que no tenía flores, pero tenía unas hojas verdes tan brillantes y gruesas que captaron mi atención tiempo después. Según me contó la amiga de tu abuela, esa planta se llamaba “hilaria”, y crecía sólo para dar sombra a las otras plantas que estaban a su alrededor. Si “hilaria” no hubiese estado cerca de “candela”, candela nunca podría haberme sorprendido con sus colores y su aroma como lo hacía las tardes en que visitábamos aquella casa, dado que los rayos del sol -brillantes pero calientes en los días de verano- la hubieses matado, y ni que hablar de las heladas escarchas del invierno, ellas también la hubiese dejado sin vida.
Pasaron algunos meses y ya no visitamos más la casa de la amiga de tu abuela, porque esta señora viajó lejos y su familia tuvo que vender la casa. Nunca más volví a ver esas flores, aunque las buscaba en otros jardines.
Pasaron los años y siempre recordé con cariño aquel jardín y para no olvidarlo nunca pensé y escribí un nombre para evocar aquel hermoso jardín, así surgió “candelaria”. Ese nombre me traía tan hermosos recuerdos que pensé: “Cuando tenga mi primer hijo, si es una nena se llamará Candelaria, para recordar con su nombre la hermosura de las flores que nos llenan de alegría con sus colores y nos inundan con su perfume”. Pero también para recordar enseñarle y enseñarte que estamos en este mundo para cuidar a otros, tal como hacía hilaria con candela”.
Cuando su mamá terminó de contar aquella hermosa historia, de por qué Candelaria se llamaba así, ella abrió sus brazos y apretó tan fuerte a su mamá que casi la dejo sin respirar por unos momentos. Y de dijo: “¡Gracias mamá! no sabía que mi nombre tenía una historia tan linda y tan real”.
Pronto Candelaria se puso a hacer su tarea. Escribió todo lo que recordó que su mamá le había contado.
Después de haber leído esta interesante historia comenta que te gusto de ella y que te parece el Nombre que tus papás han elegido para ti.
Hna. Irene castrejón Aguilar. OP
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